Justificada indignación de traductores con una campaña turística del gobierno de Córdoba

“Skirt”; “Sierras Girls”; “Get out if you can”. Y barbaridades de esta calaña han servido de medio -discutible y discutido, por cierto- para que el gobierno cordobés promocione el turismo por esta bella provincia en este peculiar verano post-pandémico (¿o inter-pandémico?) de 2021. Quienes somos traductores, o quienes al menos tienen un dominio óptimo de la lengua inglesa, y con un poco de contexto, nos podemos dar cuenta de que los términos encomillados se refieren a La Falda, Sierras Chicas y… Salsipuedes. Los nombres de otros bellos puntos de nuestra provincia mediterránea han sufrido los embistes del ¿traductor automático? de Google: “Strong Soul” (Almafuerte), “Carmen Skirt” (Falda del Carmen), “Chapel of the Mount” (Capilla del Monte) y… algo que me duele no solo en lo profesional sino en lo personal por una cuestión afectiva con Alta Gracia: “High Grace”.

El catálogo de barbaridades no se detiene simplemente en los nombres de las localidades: un afiche que en español reza “Viví Córdoba todo el año”, en inglés quedó, “traductor automático” Google mediante, “I lived Córdoba all year”. No es necesario ser profesor ni traductor de inglés ni tener un doctorado en lengua inglesa para darse cuenta de que entre el texto fuente y el texto meta hay una atroz disparidad de sentido. Claramente, “viví” es un imperativo y a lo que alude es a una invitación al turista para que disfrute de las bondades de Córdoba de enero a diciembre. Por más ambigüedad gramatical que presente un verbo conjugado como “viví” en nuestro español del Río de la Plata, en ningún momento se da indicio de que quien emite esa frase vivió en la provincia durante 365 días. Atenta contra toda lógica y todo sentido común.

Este es el peligro con el así llamado “traductor automático” y con ahorrarse algunos pesos para no consultar con los profesionales adecuados. Las herramientas automáticas de traducción han llegado, para mal o para bien, al mundo de los traductores (humanos) para quedarse. No hay duda de que si bien la traducción es una bella actividad que une culturas, personas y mundos diversos, puede por momentos tornarse tediosa o repetitiva, por lo que tales herramientas pueden ayudar a alivianar la tarea. Pero de ahí a que unos legos se atrevan a usar indiscriminadamente una herramienta automática de dudosa eficacia, sin conocimiento de la lengua fuente, y sin asesoramiento de profesionales en la materia -y el nuestro no es un país que carezca de traductores formados en casas de altos estudios- constituye una absoluta falta de respeto a nuestra labor.

En su artículo del pasado 23 de noviembre del sector Sociedad del diario La Nación, Pablo Lisotto refiere la respuesta que Agencia Córdoba Turismo realizó cuando fue consultada por ese medio sobre los motivos para lanzar una campaña publicitaria tan traída de los pelos. Citamos textualmente: Consultados por La Nación, desde la Agencia Córdoba Turismo delinearon una respuesta: “El portal cordobaturismo.gov.ar utiliza Google Translate para la traducción de contenidos a distintas lenguas”, y agregaron que “se decidió utilizar Google Translate como una posibilidad más de colaborar con la comprensión del contenido sin pretender de ninguna manera ser una traducción fiel y exacta de los mismos“. A confesión de partes, relevo de pruebas.

La sensación que surge a partir de una justificación tan infantil y tan indignante de una entidad que se supone debería demostrar y ser ejemplo de profesionalidad es que los traductores somos más invisibles que el personaje de la novela de H. G. Wells. Más allá del estupor inicial entre los colegas, y también de la sarcástica hilaridad que nos ocasionaron tales atropellos, los traductores sentimos un total desamparo y, como se dice en la actualidad, “ninguneo” hacia nuestra formación, nuestra pasión por la profesión y nuestra labor.

Existe un desconocimiento generalizado sobre la profesión del traductor: “¿Qué vas a estudiar?” “Traductorado de inglés”. “¡Ah! Qué interesante. ¿Sabés inglés?”. O peor: “Recibí un mail de Estados Unidos con un modelo de contrato, y le pedí a un amigo que sabe inglés que lo traduzca”. O afirman que el “traductor automático” funciona muy bien. Estos son solamente tristes ejemplos. Pareciera que la gran mayoría de los mortales no dan por sentado que para traducir, hay que conocer muy bien la lengua fuente, y además formarse en una institución superior. Con “saber” inglés, francés, alemán o lo que fuere, no basta.

El asunto no es una nimiedad. Por un lado, hay que decir que semejante desliz de parte de un organismo oficial de una provincia que fue sede de la primera universidad del país es desconcertante. La Universidad Nacional de Córdoba (UNC) data de principios del siglo XII, y como bien lo señala el comunicado del Colegio de Traductores Públicos de la Provincia de Córdoba, “desde hace décadas, (la UNC) ofrece la carrera de traductorado público en 5 (cinco) idiomas y forma profesionales con alto nivel académico en grado y en posgrado”. El gobierno cordobés no puede ignorar ni pasar por alto tamaño dato.

Por otra parte, está la cuestión de nuestra labor profesional. La profesión del traductor está siendo, lamentablemente, vapuleada y sistemáticamente invisibilizada, y la profusión de los mal llamados “traductores automáticos” empeora las cosas. Afortunadamente, las voces de repudio no se hicieron esperar. El 24 de noviembre, la Federación de Entidades Profesionales Universitarias de Córdoba (FEPUC) emitió un comunicado dirigido a Esteban Áviles, presidente de la Agencia Córdoba Turismo, recordándole al funcionario lo que reza el art. 37 de la Constitución de la Provincia de Córdoba sobre el gobierno y control del ejercicio profesional en sus distintas disciplinas, y apoyando el reclamo del Colegio de Traductores de la Provincia de Córdoba realizado oportunamente; entidad que, afortunadamente, tampoco se calló. Además, según consigna el comunicado del FEPUC, “los colegios profesionales garantizan la idoneidad de los servicios profesionales a través de la formación continua y la regulación de la matrícula, por la que rechazamos enérgicamente la utilización de tecnologías sin el asesoramiento y el trabajo” de los profesionales y matriculados.

Lo que los brillantes cerebros que pergeñaron esta campaña publicitaria no serán jamás capaces de explicar es cómo Mr. Google “traduciría” el nombre de una localidad como Ascochinga. Aunque, a decir verdad, mejor sería no averiguarlo. Doy fe. Viviana Aubele (Traductora Mat. 4664 T. XIII F. 476 CTPCBA)